El Siglo. 30 de junio de 2009
Hoy es el último día de un mandato presidencial. Hace cinco años el país se regocijaba con el triunfo de Martín Torrijos Espino. Se produjo, entonces, un fenómeno que sobreviene quizás cada veinticinco o cincuenta años en la vida de un país. El pueblo entero se entregó a la propuesta de una nueva generación de hombres y mujeres que prometían un cambio en el estilo de hacer gobierno. Se ofertó un relevo político que impregnaría al gobierno de nuevos bríos.Necesitábamos modernizar la estructura de gobierno, mejorar los servicios públicos, dar una oportunidad a las nuevas generaciones para que vieran en la vida ciudadana y política del país una oportunidad de hacer patria. Martín Torrijos representaba la esperanza, el cambio, la decencia que retornaría en la forma de gobernar. Quizás el dirigente Martín Torrijos fue el único que no entendió el mandato delegado. Mató la esperanza, alejó la decencia, procrastinó el cambio.
La Patria Nueva no se limitaba a la Cinta Costera, la autopista Panamá-Colón, la ampliación de la carretera Arraiján-Chorrera o a la modernización del Gimnasio Roberto Durán. Era algo mucho más profundo que debía arraigar en las entrañas de nuestra nacionalidad, en el sentimiento del ser panameño. En el afán solidario y subsidiario de la gestión pública, privilegiando a los más desfavorecidos e incrementando oportunidades en ese abanico multicultural y multiétnico que representa la sociedad panameña.
La Patria Nueva era mucho más de lo que deja Martín Torrijos y que lamentablemente nunca floreció, porque el personaje no estuvo a la altura de sus tiempos; no supo tomar la bandera, darle un beso y seguir adelante.
No logró aglutinar a un pueblo hacia metas y objetivos nacionales. Rehusó ingresar a la historia nacional como uno de sus paladines. Prefirió ser uno más de los retratos al óleo que aparecen pintados debajo de las cornisas del despacho presidencial. No hay nada heroico que trascienda o merezca una referencia histórica. Quizás es mucho juzgar. Lo que no le perdono es que dejó perder la oportunidad de oro de liderar y transformar. Rehuyó la responsabilidad que el país puso en sus manos: La fe y confianza popular ciega a su mandato para dirigir y transformar.
Se dice que el término de un periodo presidencial es casi el fin de una vida política; se llegó al cénit de la pirámide del poder político y por ende se merece un epitafio que lo describa frente a las futuras generaciones de panameños. Lo he pensado mucho y termino por definirlo como “Una semilla que no germinó”.
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